China: un viaje entre dragones de piedra, luces de neón y paisajes que parecen sueños

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Pekín: templos ancestrales, plazas infinitas y atardeceres sobre tejados imperiales

Pekín es una entrada épica al corazón de China. Aquí, el pasado imperial convive con una ciudad que avanza a toda velocidad.

Comienza por la Ciudad Prohibida, el antiguo hogar de emperadores. Cada puerta, cada salón, parece susurrarte una historia distinta. Luego cruza la gigantesca Plaza de Tiananmen, símbolo del poder político y de la historia más reciente del país, conocida también por la masacre ocurrida en 1989, cuando el gobierno comunista reprimió brutalmente las protestas prodemocráticas.

Explora el Templo del Cielo, donde los emperadores rezaban por buenas cosechas. Los colores del templo, en perfecta armonía con la naturaleza, transmiten una calma espiritual difícil de encontrar en una ciudad tan viva.

Para cambiar de ritmo, piérdete en los hutong, esos laberintos de callejones donde la vida cotidiana sigue su propio compás. Tómate un té en una casa tradicional, o deja que un local te invite a un juego de mahjong.

Sube hasta el Parque Jingshan, justo detrás de la Ciudad Prohibida. Desde la cima, la vista es simplemente inolvidable: tejados dorados y la ciudad extendiéndose en todas direcciones. Visita también el Palacio de Verano, un vasto complejo de jardines, lagos y pabellones cerca del Lago Kunming, que ofrece un respiro natural en medio de la urbe. Y si te gusta lo alternativo, visita el 798 Art District, un barrio de fábricas convertidas en galerías, cafés modernos y arte urbano.

Por la noche, prueba el pato laqueado en un restaurante tradicional y luego date una vuelta por los bares ocultos en callejones: Pekín también tiene su lado joven, creativo y algo rebelde.

Y claro, ningún viaje está completo sin una caminata por la Gran Muralla China. El tramo de Mutianyu combina vistas impresionantes, torres imponentes y mucha menos gente que los sectores más turísticos.

Xi’an: guardianes de barro, sabores de la Ruta de la Seda y un casco antiguo con alma

Xi’an, antigua capital imperial, es historia viva. Pero también es movimiento, comercio y mezcla cultural.

Comienza por el asombroso Ejército de Terracota: miles de soldados de barro, todos diferentes, todos alineados en un silencio impactante. Parece una coreografía estática de otro tiempo.

La ciudad en sí está rodeada por una muralla perfectamente conservada, que puedes recorrer en bicicleta o a pie. Desde arriba, se ve cómo Xi’an ha crecido respetando su alma antigua.No te pierdas la Gran Pagoda del Ganso Salvaje, una joya budista rodeada de jardines. Al anochecer, la plaza frente a la pagoda se llena de locales bailando, jugando o simplemente charlando. Es un espectáculo humano que vale tanto como cualquier monumento.

Explora el Barrio Musulmán, un hervidero de vida, especias, luces de neón y comida callejera inolvidable: brochetas, cordero, pan plano, y el famoso biang biang mian, una pasta ancha y sabrosísima.

También puedes visitar el Museo de Historia de Shaanxi, uno de los más completos del país, o pasear por los templos taoístas escondidos como el Templo de los Ocho Inmortales.

Zhangjiajie: el escenario de los sueños verticales

Zhangjiajie no se parece a ningún otro lugar del mundo. Es como si las montañas hubieran decidido crecer hacia arriba, buscando el cielo.

Este parque nacional fue la inspiración visual para las montañas flotantes de Avatar, y una vez que estés allí, entenderás por qué.

Sube al ascensor Bailong, el más alto del mundo, directamente incrustado en un acantilado. Desde allí, los senderos entre nubes parecen de otro planeta.

Atrévete a cruzar el Puente de Cristal de Zhangjiajie, suspendido entre cañones. Sientes el viento, miras abajo… y vuelves a mirar porque no lo puedes creer.

Otros puntos imperdibles: el Monte Tianmen, con su famosa “Puerta del Cielo”, y la carretera en espiral que parece dibujada por un dragón. Sube en teleférico, explora sus pasarelas de cristal, y quédate en silencio frente a esa inmensidad.

Chengdu: osos de bambú, templos zen y sabores que pican el alma

En Chengdu, todo tiene un ritmo más lento, más suave, más sabroso.

Visita el Centro de Conservación del Panda Gigante, un santuario donde ver a estos animales en su hábitat natural, jugando, comiendo o simplemente durmiendo como si el mundo no existiera.

El Templo Wuhou y el Parque del Pueblo son dos lugares ideales para sentarte, mirar, y dejarte llevar. Chengdu tiene algo de poético en su forma de vivir.

Y si eres valiente: prueba el hotpot de Sichuan, con su mezcla ardiente de pimienta y chile. Es una experiencia casi espiritual… o una prueba de fuego, según tu paladar.

Si tienes tiempo, haz una excursión al Monte Qingcheng, cuna del taoísmo, o al Gran Buda de Leshan, la escultura de piedra más grande del mundo, sentado y sereno a orillas del río.

Guilin y Yangshuo: pinturas vivas, arrozales infinitos y libertad en bicicleta

Aquí el viaje se vuelve contemplativo. El paisaje de Guilin parece una pintura de tinta china: montañas cónicas, ríos calmos y nieblas suaves que lo cubren todo como un suspiro.

Navega por el río Li hacia Yangshuo, un pueblo encantador donde la vida es simple y hermosa. Alquila una bici, pedalea entre arrozales, explora cuevas como Silver Cave o Moon Hill, y si quieres algo distinto, prueba una clase de cocina china con una familia local.

Por la noche, asiste al espectáculo de luces y música sobre el agua, diseñado por el director de la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos. Es arte, es naturaleza, es pura emoción.

China no es un destino: es un torbellino. Te lanza a lo desconocido, te sacude con contrastes, te abraza con sus paisajes y te reta con su energía.

Este viaje no tiene solo etapas, tiene huellas. En los pies, en la cabeza, y sobre todo, en el corazón.